Hace días después de jugar con el algoritmo de instagram vinieron de vuelta varias publicaciones de cuentas que habían quedado en el olvido, en una de ellas encontré la siguiente pregunta: ¿Qué extrañas de viajar? A lo que respondí -entre otras cosas- extraño ser una extraña.
Esta sentencia quedó merodeándose por todos los rincones de mi humanidad. ¿Por qué alguien extrañaría ser una extraña? Entre todas las derivaciones de esta incógnita ser una novedad no es una. Disfruto plenamente pasar desapercibida, ese don infravalorado de la breve invisibilidad es uno de los deleites más grandes de mis viajes.
Por lo general, cuando no hay una pandemia mundial, vivo en movimiento entre diferentes ubicaciones geográficas, por trabajo o por mero placer de exploración. En cualquiera de los casos soy una forastera desde que perdí mi país, porque incluso cuando vuelvo a ese lugar me encuentro siendo una extranjera. De alguna forma (para mi bien) soy de todos lados y de ninguno.
Quizás esa es la respuesta a mi pregunta: Extraño ser una extraña porque ya no ejerzo como tal desde que suspendió la capacidad de deambular a través de territorios y de los infinitos mundos de la cercanía a los otros. Esos otros que echo tanto de menos. Así como lo hago con la bondad del desconocido que practico y de la que tanto me he beneficiado. La magia de confiar y que me confíen basado solo en las buenas intenciones de cada uno y en el poder de ayudar a quienes nos necesitan para conseguir algo.
Qué sensación de lejanía la de no volver a cruzar con las miradas cómplices, la de este receso de no encontrarme reconociéndome en el otro desconocido mientras lo observo y escucho, o de sorprenderme al percibir una distancia inconmensurable entre ambos así estemos sentados al lado.
Extraño perderme en las ciudades, sí, suelo perderme con frecuencia porque mis habilidades cartográficas siempre me dan señales erróneas o mi cerebro las interpreta al revés, y aún así sigo insistiendo en usar mapas porque la terquedad es el atributo de los persistentes. La dulce victoria de hallar direcciones sin el celular y preguntar a otros a mi paso. Pero también extraño aprenderme los caminos, contar las cuadras desde un punto de referencia, dejar una señal en un árbol para saber que de vuelta debo transitar hacia la derecha. Extraño caminar. Deambular sin prisa ni rumbo. Extraño el contacto directo con la inmensidad de la naturaleza, mucho.
Extraño ser esa extraña que da los buenos días todos los lunes a un barista con el que mantiene una relación de fraternidad de pocas palabras, y sentarme en la mesa que da a la calle a tomar café mientras ve pasar a otros. O la extraña en la biblioteca que se sienta a adivinar significados de palabras en otra lengua mientras no vacila en pronunciarlas bajito para no interrumpir a los demás. La que conversa con el señor de las frutas y le pregunta sobre el proceso para que llegaran a sus manos. La que entra sin compañía al cine. La que viaja sola pero nunca lo está.
Extraño ser esa extraña que ayuda a alguien cruzar la calle o a llevar sus bolsas pesadas hasta algún punto del camino. La que sonríe a quienes hacen contacto visual. La que saluda a los perros. La que sostiene la puerta para que quien viene detrás pase.
Extraño ser esa extraña que escucha a los otros hablar su idioma y logra comunicarse así sea con señas. Extraño aprender de mí mientras aprendo de los otros, de sus costumbres y maneras.
Me encanta ser una extraña, extraño ser una extraña.